Monday, August 15, 2005

La Emperatríz Valiente


Hace mucho tiempo la soberana de Japón era la jovén y hermosa emperatríz Sotori. En tiempo de su mandato sucedió algo extrordinario. Se empezó a murmurar que en la vecina China había llegado un espíritu maligno llamado Guan. Se aparecía con la forma de un samurai que contaba con una gran compañía de soldados. Su intención era arrebatarle el poder a la emperatríz y alzarse con el poder.
Muchas veces la emperatríz Sotori envió a sus soldados contra Guan el invasor pero todas las veces era derrotada bien por el poder der las armas de su enemigo o bien porque Guan provocaba mediante un hechizo una gran inundación que devoraba a la tropa imperial.
- Majestad -lloraban los capitanes de Sotori- no podemos luchar contra esos criminales , nuestros soldados se mueren de miedo!
La emperatriz tenía fama de tener un carácter petreo pero ahora sentía que todo su mundo se venía abajo.
Una noche mientrás meditaba en una de sus inumerables noches de insomnio delante de ella se alzó un honorable anciano de larga barba.
-No tengas miedo, hermosa Sotori! Mi nombre es Jomusubi, Dios del fuego! Quiero ayudarte a luchar contra el malvado Guan, y así poder vengarme de las ofensas despiadadas que el me hizo hace muchos años. Si aceptas mi ofrecimiento mañana me uniré con tus soldados en la lucha. Se unirán así la fuerza de tus soldados y mi divinidad, juntos venceremos la magia maligna de Guan.
Sotori se inclinó con gratitud ante el dios del fuego.
- Te lo agradezco, Jomusubi, en nombre de mi desolada nación -excamó ella.
A la mañana siguiente llamó al más joven y valiente de sus capitanes:
- Oda Taro, en estos momentos todo depende de ti. Se que los soldados tienen miedo de Guan, pero tienes que pedirles que sean valientes, que esten preparados para sacrificarse y dar muestra de su valentía en la batalla definitiva.
El joven samurai respondió :
- Calmate, Emperatriz, y no te alarmes por nada. Estamos preparados para morir por ti si hiciera falta. Danos una semana y explusaremos a esos villanos de la isla.
Satisfecha por la respuesta del capitán Sotori confió en que con la ayuda de Jomusubi, el dios del fuego, lograran ganar la batalla.
Y así ocurrió, los soldados se pusieron en marcha junto con Jomusubi. Cuando los dos ejercitos se encontraron frente a frente en una amplia llanura la increible valentía del capitán Ora Taro y sus soldados forzó al enemigo a retroceder. La victoria estaba totalmente segura pero Guan de nuevo útilizó la magia. Una enorme ola, grande como una montaña se alzó frente a las tropas del emperador y justo hubiera sumergido a los valientes soldados imperiales si Jomysybi no la hubera dispersado. Después dirigió su espada llameante dirigiendose hacia el ataque.

- ¡Este es tu final Guan! Preparate para reunirte con la muerte.
El malvado Guan se encontraba resguardado detrás de una cortina de agua. Sus malvados seguidores hacían todo lo posible para resisitir el ataque de las tropas imperiales pero ante su escasez de fuerzas decidieron salvarse emprendiendo la huida hacia una montaña cercana. Pero Jomusubi los seguía de cerca.
Entonces Guan agacho su cabeza y con toda su fuerza golpeó una roca cercana. Su muerte estaba cercana y no tenía nada que perder. La roca empezó a desquebrajarse y de ella empezó a fluir lava. Un rio de fuego empezó a descender por la ladera de la montaña arrasando cuanta vida hubiera a su paso.
En el palacio imperial las noticias llegaron al mismo tiempo: la alegría por la victoria de Guan y la advertencia sobre la nueva desgracia que asolaba el país.Una lengua de fuego había llegado hasta una de las más grandes ciudades donde se apoyaba la cúpula celeste. De pronto el cielo empezó a romperse y los trozos comenzaban a caer al suelo. Por la hendidura se colaba un viento frio que lo congelaba y cubría el mundo en tinieblas. Una tenebrosa niebla lo invadió todo, nadie se atrevía a salir a la calle y hasta incluso el Hambre dejó de atormentar a la gente porque entre tanta oscuridad no podía ver nada.
Sotori combocó entonces a Jomusubi y a todos los sabios del Imperio para pedirles consejo. Razonaron y reflexionaron hasta que al final el Dios del fuego dijo:
- Manda encender a tus sirvientes una gran hoguera en la cima de la montaña más alta y haz que los todos los ciudadanos reunan diamantes blancos, rubíes rojos, zafiros azules, topacios amarillos y negro petroleo. Si tienes valor y sigues mi consejo podré ayudarte. Convertiré la hoguera en un fuego mágico, manda que lleven a la montaña el caldero más grande de todo el Imperio y vertirás dentro todos los elementos que te he dicho. Lo agitarás todo hasta que las piedras formen una pasta. Continuaras agitando y cuando la pasta empieze a brillar y antes de que se desquebraje te ayudaré a que subas a una nube y repares la grieta del cielo. Pero recuerda deberás trabajar deprisa y habilmente antes de que se enfrie la pasta. De lo contrario todos los esfuerzos habrán sido en vano. Hasta incluso yo, el Dios del fuego, no se si podría volver a ayudarte en una segunda ocasión.

Sotori escuchaba atentamente todo lo que tenía que hacer. En el momento oportuno se montó en una nube que la llevó hasta la horrible hendidura negra del cielo. Empezó a cubrirla con la pasta. De pronto empezó a sentir que se quedaba sin aliento y que su corazón estaba muerto de miedo. Poco después de cubrir el ultimo hueco descendió de la nube hasta el suelo. Un sol radiante empezó a brillar y unos rayos calidos calentaron la tierra. La gente empezó a salir de sus casas y a recorrer con alegría las calles.
Sólo que al anochecer les esperaba una nueva desgracia: por mucho que miraran al cielo la luna no se veía desde ninguna parte.Y así sucedió durante varias noches. La luna estaba desaparecida.
- Majestad -preguntaba la gente dandose la vuelta para mirar a la emperatriz -porque ya no hay luna? ¿Quién iluminará ahora nuestras oscuras noches con sus dulces rayos?
Nadie, ni Sotori, ni Jomysybi podían responderles.
Las noches sin luna se sucedían una trás otra, y la gente estaba cada vez más triste. Un día se presentaron en el palacio un campesino y su hijo afirmando que sabían las causas de la desaparición de la luna. Les presentaron ante la Emperatriz. Después de saludarla con una reverencia el jovén comenzó a decir:
- Durante años, cuando cuidaba cabras en la montaña, un día vi la entrada inmensa de una cueva. Ayer por la noche sin embargo noté que desde una pequeña abertura salía una extraña luz. Cuando me acerqué y miré al interior, ví, que toda la cueva estaba iluminada por una luz...
- Continua -suplicó la princesa - di que viste, no te detengas!
El jovén volvió la mirada hacia su padre el cual asintió con la cabeza alentandole, después añadió en voz baja:
- En un rincón de la cueva estaba refugiada ... la luna!
- No perdamos más tiempo -indicó la Emperatriz -Todavía estamos a tiempo de avisar a Tsykiiomi, el dios de la luna, que el orden celeste debe ser reestablecido.
- Yo iré, majestad -dijo el jovén poniendose en pie.
Ensillo rapidamente su caballo y voló como un relampago. Al siguiente atardecer, cuando el sol se ocultó en el horizonte, la luna lentamente apareció en el cielo.Desde los campos de arroz hasta los jardines de palacio se escuchaba una alegre exclamación. La Luna después de esto comprendió cuanto la quería la gente. Desde entonces siempre que se mira atentamente hacia la luna llena, ve que su cara redonda le sonrie!



Enciclopedia de Cuentos Clásicos
Edición Gema
Sofia 2002
Traducción Sonia del Moral
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